En la Escuela de Administración Sloan del MIT (Instituto Tecnológico de
Massachussets situado en Cambridge, EEUU) la cual es una de las principales
instituciones dedicadas a la docencia y a la investigación, especialmente en ciencia,
ingeniería y economía que además cuenta con numerosos premios Nóbel entre sus
profesores y antiguos alumnos, se ideo durante los años 60, el denominado “Juego de la
Cerveza” que es una simplificación de la realidad a fin de poder aislar problemas o
difusiones que se suelen presentar en situaciones reales. El experimento pretende
demostrar que los problemas se originan en las bases del pensamiento y en la
interacción más que en las estructuras internas y políticas de las organizaciones.El juego
de la Cerveza nos sumerge en un tipo de organización basado en un sistema de
producción y distribución de una marca de cerveza.
Este juego recrea una cadena de suministro de cerveza donde se distinguen
cuatro posiciones: El minorista, el mayorista, el distribuidor y la fábrica. Cada una de
las posiciones tiene un inventario de cerveza, hace pedidos y despacha embarques de
cerveza al sector superior e inferior de la cadena, respectivamente, tal como se observa
en la figura.
Figura. Cadena de suministro del Juego de la Cerveza. La línea punteada representa el
paso de información (órdenes de pedido) y la línea continua el paso de material
(embarques de cerveza).
Cada una de las posiciones está en absoluta libertad de tomar cualquier decisión
que considere prudente y la única meta del juego es administrar el puesto de tal modo
que se minimicen los costos totales del equipo.
Como ocurre en muchos Juegos, el desarrollo de una sesión se puede narrar en
forma de historia. Hay tres personajes principales: un minorista, un mayorista y el
director de marketing de una fábrica de cerveza, omitiendo al distribuidor para
simplificar la historia, la que se cuenta desde el punto de vista de cada uno de los
jugadores.
Daremos un pequeño ejemplo desde el punto de vista del minorista...
El minorista
Imagine que usted es un minorista. Tal vez usted sea el manager de una
luminosa tienda que funciona las veinticuatro horas en una intersección suburbana. O tal
vez usted posea un viejo almacén en una calle de casas victorianas. O una tienda de
bebidas en una autopista remota.
No importa el aspecto del local, ni qué otras cosas venda usted, la cerveza es la
piedra angular de sus negocios. No sólo usted gana dinero con ella, sino que atrae
clientes para que compren, quizá, maíz tostado y patatas fritas. Usted trabaja con una
docena de marcas de cerveza, y lleva una cuenta aproximada de las cajas que guarda en
la trastienda, donde usted guarda el stock.
Una vez por semana, un camionero llega a la entrada trasera de la tienda. Usted
le entrega un formulario donde ha asentado el pedido de esa semana. ¿Cuántas cajas de
cada marca desea? El camionero, después de terminar sus rondas, entrega el pedido al
mayorista de cerveza, quien la procesa, ordena los pedidos y despacha el pedido a la
tienda. A causa de todo ese procesamiento, usted está habituado a una demora de cuatro
semanas por cada pedido; en otras palabras, la entrega de cerveza llega unas cuatro
semanas después que usted la pidió.
Usted y el mayorista nunca hablan directamente. Se comunican sólo mediante
esos tildes en un papel. Tal vez usted nunca lo conoció personalmente; sólo conoce al
camionero. Y por una buena razón: usted tiene cientos de productos en la tienda.
Docenas de mayoristas se los envían. Por su parte, el mayorista de cerveza envía
pedidos a varios cientos de tiendas en varias ciudades. Entre el diluvio de clientes y el
manejo de pedidos, ¿quién tiene tiempo para pláticas? Ese número es lo único que
ambos necesitan comunicarse.
Una de las marcas de mayor venta se llama Cerveza de los Enamorados. Usted
sabe que es producida por una pequeña pero eficiente fábrica de cerveza que se
encuentra a quinientos kilómetros de la tienda. No es una marca súper popular; la
fábrica ni siquiera hace publicidad. Pero cada semana, con la regularidad de un
periódico, cuatro cajas de Cerveza de los Enamorados salen de los estantes. Los clientes
son jóvenes, la mayoría rondan los veinte años, y son inconstantes; pero, por cada uno
que pasa a consumir Miller o Budweiser, hay otro que lo reemplaza.
Para cerciorarse de que siempre tiene suficiente Cerveza de los Enamorados,
usted trata de mantener siempre doce cajas en el depósito. Eso significa que debe pedir
cuatro cajas cada lunes, cuando llega el camión. Una semana tras otra. Usted da por
sentado ese cambio de cuatro cajas; está inextricablemente asociada con el desempeño
de esa cerveza. Ni siquiera piensa cuando hace el pedido. Automáticamente entona la
letanía: “Ah sí. Cerveza de los Enamorados. Cuatro cajas”.
Semana 2:
Imprevistamente, una semana de octubre (llamémosla Semana 2), las
ventas de la cerveza se duplican. Saltan de cuatro a ocho cajas. Usted lo toma con
tranquilidad, pues tiene ocho cajas de más en la trastienda. No sabe por qué se han
vendido tantas repentinamente. Tal vez alguien celebra una fiesta. Pero, para reemplazar
esas cajas adicionales, usted eleva el pedido a ocho. Eso devolverá el inventario a la
normalidad.
Semana 3:
Extrañamente, usted también vende ocho cajas de Cerveza de los
Enamorados la semana siguiente. Y ni siquiera hay vacaciones de primavera. De cuando
en cuando, en esos breves respiros entre ventas, usted se pregunta por qué. No hay
ninguna campaña publicitaria para esa cerveza; usted habría recibido un folleto por
correo. A menos que el folleto se haya perdido, o usted lo haya tirado por accidente. O
quizás haya otra razón... pero entra un cliente, y usted deja de pensar en ello.
Cuando llega el camionero, usted todavía no piensa mucho en la Cerveza de los
Enamorados, pero mira la hoja y ve que esta vez le trajeron sólo cuatro cajas (por el
pedido que usted presentó hace cuatro semanas). Sólo le quedan cuatro cajas en stock,
lo cual significa —a menos que haya una merma en las ventas— que esta semana
agotará su existencia de Cerveza de los Enamorados. La prudencia impone un pedido de
por lo menos ocho cajas para mantenerse a la par de las ventas. Para mayor seguridad,
usted pide doce, así podrá reconstruir el inventario.
Semana 4:
El martes usted encuentra tiempo para charlar con un par de clientes
jóvenes. Resulta ser que hace un mes salió un nuevo vídeo musical en un popular canal
de televisión por cable. El grupo que grabó el vídeo, los Iconoclastas, cierra la canción
con la línea: Tomo un sorbo de Cerveza de los Enamorados y corro hacia el sol”. Usted
no sabe por qué usaron esa línea, pero si existiera un nuevo convenio de
comercialización el mayorista le habría informado. Piensa en llamar al mayorista, pero
llega una entrega de patatas fritas y usted se olvida de la Cerveza de los Enamorados.
Cuando llega la siguiente entrega de cerveza, vienen sólo cinco cajas. Ahora
usted está preocupado porque le queda una sola caja en stock. Las existencias están casi
agotadas. Y, gracias a ese vídeo, la demanda podría aumentar aún más. Usted sabe que
ha pedido algunas cajas más, pero no sabe exactamente cuántas. Por las dudas, pide
dieciséis más.
Semana 5:
La única caja se vende el lunes por la mañana. Por suerte, usted
recibe un embarque de siete cajas más (al parecer el mayorista empieza a responder a
sus pedidos más altos). Pero hacia el fin de semana las ha vendido todas, dejándole el
inventario en cero. Usted mira abatido el anaquel vacío. Por las dudas pedirá dieciséis
más. No quiere adquirir la reputación de que no dispone de cervezas populares.
Semana 6:
Los clientes empiezan a llegar a principios de semana, buscando la
Cerveza de los Enamorados. Dos de ellos son bastante leales y deciden esperar:
“Avísenos en cuanto llegue y vendremos a comprarla”. Usted consigna los nombres y
números telefónicos; prometieron comprar una caja cada uno.
En el próximo embarque llegan sólo seis cajas. Usted llama a los dos clientes
fieles. Ellos pasan a comprar lo que han reservado y el resto de la cerveza se agota antes
del fin de semana. De nuevo, dos clientes le dan el nombre y piden que los llame en
cuanto llegue el próximo envío. Usted se pregunta cuántas más habría vendido si no
hubiera tenido los anaqueles vacíos en el fin de semana. Parece que arrasaron con esa
cerveza, pues ninguna de las tiendas de la zona la tiene. Esta cerveza es algo serio, y su
popularidad crece constantemente.
Tras dos días de mirar el anaquel desvencijado y vacío, se siente obligado a
pedir dieciséis cajas más. Siente la tentación de pedir más, pero se contiene porque sabe
que pronto llegarán los pedidos grandes. ¿Pero cuándo...?.
Semana 7:
El camión de reparto trae sólo cinco cajas esta semana, lo cual
significa que usted enfrentará otra semana de anaqueles vacíos. En cuanto usted efectúa
los pedidos, la Cerveza de los Enamorados se agota de nuevo, esta vez a los dos días.
Esta semana, asombrosamente, cinco clientes le dejan el teléfono. Usted pide dieciséis
cajas y más y reza para que los pedidos grandes empiecen a llegar. Piensa en todas las
ventas de patatas fritas que ha perdido.
Semana 8:
A estas alturas, usted vigila la Cerveza de los Enamorados más que
ningún otro producto. Está pendiente de ella, y cada vez que un cliente entra a comprar
seis latas de esa discreta cerveza, usted repara en ello. Todo el mundo parece hablar de
esa cerveza. Usted espera ansiosamente que el camionero le traiga esas dieciséis cajas.
Pero le trae sólo cinco. “¿Cómo, sólo cinco?”, pregunta usted. “Vaya, no sé nada
sobre eso —dice el camionero—. Supongo que el pedido está demorado. Se las traeré
dentro de un par de semanas. “¡Un par de semanas! Cuando usted llame a los clientes de
su lista, se quedará sin cervezas antes de vender una sola caja nueva. Se quedará sin una
botella de la Cerveza de los Enamorados durante toda la semana. ¿Qué significará esto
para su reputación?
Presenta un pedido por veinticuatro cajas más, el doble de lo que pensaba pedir.
Se pregunta qué le está haciendo ese mayorista. ¿Acaso ignora que allí tienen un
mercado famélico? ¿En qué demonios está pensando?
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